Cinco balas para Manuel Acuña
Antes que apasionado de la lectura, soy apasionado del billar, del vino, de la buena cerveza y otras cosas, la verdad siempre he sido mal lector, pierdo rápidamente el interés en un libro sino me atrapa rápidamente.
Pero esta vez, les traigo un libro que me da orgullo recomendar, pues retrata la pasión del billar de una excelente manera.
“Cinco balas para Manuel Acuña” del escritor y periodista mexicano César Güemes, es una novela que una vez que sabes de su existencia y si eres billarista, debe ser una lectura obligada. No es una novela sobre el billar, como muchos sabrán Manuel Acuña fue uno de nuestros grandes poetas del Siglo XIX y se dice que se suicido por el amor de una mujer, Rosario de la Peña.
Sin embargo en esta novela César Güemes, a quien le tengo un gran aprecio y que conocí más bien por la onda del vino, plantea un motivo diferente al suicidio por Rosario, pues como bien relata, Manuel Acuña no era el tipo de persona que se quitaría la vida por una mujer, rodeado de amistades que le estimaban y apreciaban, y que no tenía mayor problema para acompañarse y rodearse de mujeres.
Siendo estudiante de medicina, suicidarse con cianuro, siendo esta una muerte nefasta. ¿Quién con ese conocimiento desearía suicidarse torturándose?
En esta novela, un hombre, de nombre Gardel y de esta época, es contratado para realizar una investigación sobre Manuel Acuña. Un contratación extraña y fuera de lo normal, pues Gardel tiene como actividad profesional eliminar de la faz de la tierra a la peor gente que nos podamos imaginar, asesino a sueldo de escoria humana, pero tiene una gran pasión… el billar, Gardel es un jugador profesional de billar retirado.
La novela se desarrolla como si fuera en universos paralelos, en la actualidad y en la época de Manuel Acuña de tal manera que se vuelve adictiva su lectura viajando de una época a otra.
Solo necesite leer un par de párrafos de esta novela para saber que la terminaría de leer, y unos párrafos más para saber que la terminaría en tiempo record. Así que me voy a permitir transcribir los mismos párrafos que me atraparon y que espero los atrapen a todos ustedes también. Así empieza…
– Manuel Acuña no se mató. Lo asesinaron.
El golpe había salido ya del taco a buena velocidad, pese al impacto de la información que pudo sesgarlo: la bola blanca fue, no del todo sumisa, a tocar con cierta ligereza a la dos para que cayera, con temple, en la buchaca próxima.
Un buen tiro, pero no de excelencia. Gardel aplicó una dosis ligera de cosmético a su taco y, sin apartar los ojos de la mesa, fue colocándose en posición. La tres ofrecía cierto problema de concepto: meterla con un firme y corto golpe a fin de permitir que la blanca se quedara casi en el sitio del encuentro después del impacto, o hacer que la tres buscara la banda, rodeara al grupo y se viera obligada a entrar de cualquier forma en alguno de los pequeños abismos que la aguardaban pero con la ventaja de una siguiente distribución menos comprometida.
No fue fácil concentrarse. Lo de menos habría sido detener el juego, finalmente se encontraba solo y en su mesa. Él y la mujer, claro, que observaba el desarrollo del encuentro con Gardel mismo.
– Espero que me hayas oído – la voz de la dama, poco más de cincuenta años muy bien repartidos, dos horas de gimnasio por las mañanas, complejos vitamínicos de primera generación y comida selecta, dejaba escapar un retintín de burla y al mismo tiempo de cierta soterrada inquietud- Quise decir: a-se-si-na-do.
La tres hizo el viaje completo: ante el impuso de la blanca fue a devorar sin prisa la banda larga a su alcance, regresó para saludar de paso al grupo de bolas en espera del tierno fusilamiento y luego se perdió para siempre en su destino. La blanca, ahora servicial como un educado perro ovejero, se quedó milímetros más allá o más acá de donde Gardel había previsto. En el ambiente general se escuchaba solamente al virtuoso checo Jirí Kleñha y el singular y delicado producto de su salterio electrónico.
Si los ojos del tirador se cruzaron con los de la mujer no fue más que para darle la bienvenida con una silente mirada que lo mismo era “Buenos días, estás en casa”, que “Ya tú entiendes cómo es esto del billar”. El tiro era derecho, doble y con un poco de fantasía geométrica: la blanca fue a dar contra la cuatro y, al rebote breve y seguro empujo a la cinco. Ambas, las de colores, tuvieron que olvidarse de su existencia hasta la próxima partida. Ya se posicionaba el jugador mientras hacía un rápido cálculo: para un profesional, aunque una falla a esas alturas de la partida representaría, casi con seguridad, la pérdida del encuentro. La mesa estaba puesta con cuatro bolas: seis, siete, ocho y nueve. Mesa de gourmet y de chef, al mismo tiempo: luego del aperitivo y las entradas, venía la prueba máxima del plato principal conformado por un cuarteto de piezas: elegante verde, la serena bermellón, la retadora negra y al cierre la juguetona amarilla con franjas color marfil en los extremos.
Cuatro bolas. Y la curiosidad. Desde luego que la curiosidad asomaba sus orejas de liebre. Algo habría dado Gardel a cambio de que la mujer hubiese llegado un minuto antes de que rompiera el diamante con las nueve bolas. Ahora ambos tenían que esperar. O aparentar que esperaban, porque mientras él daba un poco de cosmético a su taco de entrenamiento Golden West de uso diario, y se recargaba sobre la mesa para iniciar la parte final del juego, ella sacó de su bolsa, al mismo tiempo, una cajetilla de cigarros, un sobre y una llave diminuta.
-¿Ni por un caso así puedes hacer una pausa?- la sonrisa iba creciendo en la boca fresca de la mujer.
El golpe brutal y seco sobre la seis fue la respuesta. Desapareció la esfera de la vista antes de que pudieran reconstruir con la mirada la trayectoria del prodigio físico. La blanca giraba sobre su eje, obediente, un soldado frente a su general. Casi en posición de firmes, si pudiera.
-¿Cuanto ha pasado de esto?- preguntó por fin Gardel sin dejar de situarse donde debía para atacar a la siete. No esperó la réplica que, después de todo, venía pausada por parte de la mujer. Adiós a la siete. Allá va. Allá desparece.
-Lo encontrarón muerto en 1873, en lo que era la Escuela de Medicina.
La ocho se hundió como un barco luego de una prolongada batalla: lentamente, el pabellón al último, el capitán a bordo. Aguardaba la nueve. La última perpetua. La deseada.
Cuando se han metido en serie las ocho primeras bolas, sin error, sin más demora que la requerida para el cálculo y el posicionamiento, la nueve se vuelve más cara todavía, es más objeto de caza que todas las anteriores. Meterla en la buchaca es un momento de luz que pocos aprecian en su brillantez de no ser por el importe monetario que se juegue. Gardel concluía la partida final de las cuarenta que conformaban su práctica diaria a solas a esa temprana hora de la mañana en el Club Cuatrociénegas. Un juego tras otro. Bola nueve, de nombre.
El golpe del Golden West, delicado, largo, hizo que la última de las esferas del día se retirara del mundo con la suavidad de un aeroplano. Solamente la blanca, reina y verdugo, rondaba por ahí, fingiéndose dormida.
– De eso ya hace mucho tiempo- indicó Gardel, ahora sí con la mirada puesta en los ojos lupinos de la dama-, ¿a quien carajos le importa, Jordana de mis excesos, que un tipo se haya suicidado o no hace poco menos de siglo y medio?
La mujer puso la llavecita plateada casi al centro de la mesa. El pequeño trabajo en metal se veía muy fuera de sitio en esa cuidada y amplia superficie de color arena que proporcionaba el preciado paño 860 de la casa Iwan Simonis.
– A ti y a mi nos importa – al lado de la llave depositó el sobre, muy viejo, muy gastado, cercano a la desintegración si nadie ponía un rápido interés en él.
-¿Que cosa es lo del sobre? No acepto trabajos con dinero envuelto. ¿Tomamos un café o prefieres almorzar en forma?
-Prefiero por lo pronto que me escuches. Pero si son apenas las once de la mañana, ¿desde que hora estás aquí? – inquirió la mujer.
-Desde las siete, pensé que te lo habría comentado por teléfono.
-Si con trabajos me tomaste la llamada, Gardelito, no veo cómo me hayas informado de tus horarios, si los hay.
-Lo que hay es un objeto de metal y otro de papel en la única mesa que me pertenece en este sitio. Y al paño hay que protegerlo- dijo, francamente cariñoso, mientras retiraba la llave y el sobre con celebridad y cuidado, como si en efecto constituyeran las pruebas de algún crimen o como si el crimen fuera haber colocado semejantes objetos en su mesa de juego.
Pasaron al reservado de Gardel. El Club Cuatrociénegas estaba prácticamente desierto. Los primeros jugadores llegarían a practicar o hacer uso de sus despachos conforme avanzara el día. Al fondo de la enorme sala, sin embargo, una cocina profesional estaba en funciones desde el amanecer, con todo dispuesto para quienes, como Gardel, habitaban la planta superior de la casona. Se desvanecio la música celeste de Klehña y Gardel dispuso en el discreto pero fidelísimo reproductor que tenía en su reservado una grabación de Ronald Brautigam que era capaz de revivir sin ningún problema a Shostakovich.
Un par de tazas de café acompañaron de inmediato, dentro del amplio estudio a la mujer y al jugador. Ella quiso amparar la conversación con un poco de fruta y queso. El billarista solicitó por su parte un vaso de agua mineral con hielo.
….
La novela no es de billar, pero se desarrolla tan elegantemente el billar de inicio a fin y está tan bien escrita que uno puede literalmente imaginarse y recrear en la cabeza todo lo que se lee, que es imposible, siendo poeta o billarista, no leerla.
Por supuesto la recomendación no esta completa si no les digo donde conseguirla.
Si quieren el libro físico que es lo que más recomiendo, aquí esta la liga: Gandhi
Si quieren el Ebook, aquí esta la liga: Alfaguara
Aquí una pequeña entrevista que le hicieron a César Güemes sobre su novela:
Les podría garantizar sin duda que la disfrutarán mucho si deciden leerla y no se arrepentirán, y como yo, se sentiran orgullosos de ver tan bien retratada nuestra pasión.
¡Buena Bola!